lunes, 16 de diciembre de 2013

El señor del mal

A pesar de sus descomunales dimensiones, la estancia olía a putrefacción. En la oscuridad casi total, junto a uno de los rocosos muros y sobre un lecho apelmazado de restos humanos, se erigía el Señor del Mal, como un dios monstruoso exiliado de todos los panteones.

Su mole se perdía en las alturas, una montaña de carne amorfa, palpitante en algunos de sus obscenos pliegues y de un verde putrefacto en otros, envuelta en vapores de corrupción y nubes de moscas rabiosas. Algunos huesos parecían querer rasgar desde el interior la grasa, la piel correosa cubierta de llagas y cicatrices que los aprisionaban. Y allá en la cima, donde habría de existir un rostro, el Señor del Mal exhibía un enorme agujero abierto en la carne, que se abría y cerraba, se abría y cerraba sin descanso...boqueando un murmullo gorgoteante, e inaprensible.

La única, escasa iluminación, provenía de los tres corredores horadados en la roca, cuyas bocas vomitaban tenues resplandores rojizos y anaranjados en la inmensa oscuridad de la caverna. El Señor del Mal resultaba, medio vislumbrado, medio intuido, una visión de pesadilla ante esa luz insuficiente.

Del corredor central comenzaron a llegar ecos de pasos y voces apagadas, temerosas. Poco después, precedidos por sus sombras titilantes, emergían hombres de variopinto aspecto, constitución y catadura, organizados en pulcra fila india. Todos avanzaban mirando hacia su siguiente paso; era la forma de mostrar respeto y sumisión incondicional ante el Señor, así como una precaución para no tropezar con ningún desnivel de la roca o alguna de las criaturas, blanquecinas e indefinibles, que se escabullían entre sus pies como serpientes. Un rumor grave, contenido, les acompañaba en su travesía por la oscuridad. Algunos tosían para aclararse la garganta, dominados por el nerviosismo; y las toses sonaron tan ridículas, patéticas, en aquella majestuosidad tenebrosa de espacios sólo imaginables, que los abrumados hundieron –aún más– sus cabezas entre los hombros, como si intentaran esconderse en sí mismos.

El primero en la fila, un hombre de piel oscura y ojos gélidos, les guiaba con paso firme; parecía que no era la primera vez que caminaba por este lugar, pero para muchos de ellos, resultaba evidente que así era: según se iban acercando, y la masa ingente del ser que habían venido a buscar se convertía en una realidad irrefutable para sus sentidos, comenzaban a trastabillar, temblando sin remedio. Nunca imaginaron que su presencia fuera a ser tan...inhumana.

<> –les había advertido su guía, pero a medida que la fila avanzaba, su paso se iba haciendo lento, cauteloso. Ninguno podía evitarlo. Aquel ser colosal les hacía sentir indefensos, minúsculos ante su tamaño, y su aura de maldad casi respirable. De repente, un bramido gutural, atronador, surgió de la montaña de carne como una erupción sonora, una tormenta cacofónica de voces fundidas en un tono salvaje, que se expandió en olas de negrura. En la fila, los nervios de algunos hombres se quebraron definitivamente. Toda la valentía que les impulsó hasta aquí se desvaneció, quedando en su lugar la esencia pura del miedo animal. Unos quedaron paralizados, como estatuas lívidas de sal, otros cayeron al suelo, hechos ovillos fetales, temblorosos. Un joven alto y delgado corrió despavorido, intentando huir por donde habían llegado. Y a los pocos metros del umbral, una sombra se interpuso entre él y su salvación. Como una ráfaga de viento, se lanzó sobre su cuerpo, pegándose a su piel. Su primer grito de sorpresa pronto aumentó hasta ser un aullido de sufrimiento. Los pocos que se atrevieron a mirarlo vieron cómo la carne se deshacía lentamente, burbujeando, cayendo en goterones al suelo; sus ojos eran dos gelatinosas lágrimas blancas, que se escurrían junto a las pastosas mejillas sobre el pecho. Y así siguió gritando hasta que dejó de tener garganta para hacerlo. Sus compañeros de fila caídos se habían unido a él, como bultos negros de brea siseante, en una sinfonía de dolor. Los demás –aún conmocionados– se pusieron a caminar de nuevo. Y entonces comprendieron que no era roca lo que estaban pisando desde que entraron...

El guía de la fila se detuvo, al fin, frente a un enorme montón de objetos compactados de toda clase: cuerdas, hachas, telas que habían sido prendas de vestir, piedras...formando un parapeto que rezumaba sangre como un extraño animal herido, frente al Señor del Mal, que se alzaba sobre ellos, un océano vertical, imposible, de carne corrupta. El olor era espantoso, y tuvieron que luchar por retener las arcadas.

El primer hombre se adelantó un paso. Metió las manos en los bolsillos del pantalón y sacó un cuchillo en un trozo de tela ensangrentada. Los mostró en alto, justo antes de arrojarlos al montón.

–Violé a una chica. Después, le corté el cuello con ese cuchillo.

El Señor del Mal se inclinó levemente hacia él desde las alturas, como si pudiera verlo a través del agujero en la carne por el que habló, con su voz compuesta de mil voces:

Cuatro años más de vida –retumbó, con ecos abismales.

El hombre hizo una leve reverencia antes de dirigirse hacia la derecha de la deidad, donde se abría la boca de uno de los tres corredores iluminados. Una vez vio salir a su compañero, el siguiente en la fila ocupó su lugar. Intentó que su mano dejase de temblar mientras sacaba un revolver de su chaqueta. Lo elevó sobre su cabeza, y lo echó al montón. Allí quedó entre los pliegues de un saco.

Disparé a mi hermano hasta matarlo –dijo con voz medio estrangulada.

Cinco años más –sentenció el Señor.

El tercer hombre era de baja estatura, casi calvo y con una expresión de odio perenne grabada en las facciones. Con una inclinación, empezó a exponer sus actos:

Ordené el genocidio de una odiosa minoría en mi país. Murieron miles, no sabría decir cuántos exactamente.

El Señor del Mal se removió, acompañado de un sonido de humedad pegajosa según se volvían a asentar las masas de carne en su nueva posición.

¿Los mataste a todos tú, en persona? –La pregunta cayó como un alud furioso y ensordecedor sobre él.

El hombre se inclinó un poco más. Unas gotas de sudor empezaban a resbalarle por la frente.

Yo di todas las órdenes a los comandantes, mi Señor –consiguió decir, sin saber dónde mirar.

El Señor del Mal volvió a tronar, escupiendo rabia aterradora.

¿No manchaste tus manos de sangre?

No...de forma directa; pero sin mi or...no pudo terminar la frase.

En la montaña de carne se abrieron varias pústulas, largas y serpenteantes, y una miríada de tentáculos fue expulsada al exterior, lanzándose sobre el genocida. Uno de ellos le rodeó la cabeza, a la altura de los ojos, mientras otros lo tomaban por las piernas y la cintura, elevándolo sobre el suelo. La fila retrocedió espantada, ante los gritos angustiosos del hombre que intentaba zafarse sin conseguirlo. Entonces los tentáculos comenzaron a presionar. Y los gritos de dolor, entrecortados, aumentaban de volumen para horror de todos los que lo observaban debatirse. Su agonía pasó a un alarido mantenido de sufrimiento, mientras los tentáculos empezaron a tirar en sentidos opuestos, sin soltar a su víctima. Unos crujidos amortiguados pero audibles, escalofriantes, salían del hombre, cuyas cuerdas vocales debían haberse quebrado ya en el éxtasis del dolor. De súbito, el cuerpo se partió en dos con un restallido de huesos y músculos; los tentáculos arrojaron las dos mitades, casi con desprecio. En la fila les dio tiempo a ver cómo se descolgaban los pulmones, cómo se vertían las vísceras, antes de desaparecer en la oscuridad. Los gritos del pequeño hombre se acallaron.

Ahora quedaban once en la fila. Y el siguiente tuvo que ser empujado por los de atrás para avanzar.

Y de ellos, sólo seis dijeron aquello que el Señor del Mal deseaba oír.

Transcurrieron muchas horas antes de que sonidos humanos volvieran a escucharse en la caverna. Llegaban por el corredor opuesto al que los seis afortunados habían tomado para salir de allí, conservando su vida y un poco más. Pasos, carraspeos y algún estornudo anunciaban a la muchedumbre que se acercaba. Eran no menos de veinte cuando al fin aparecieron. Todos ancianos, que avanzaban a duras penas, y algunos de ellos, que casi no podían mantenerse en pie. Se dirigían hacia su Señor con extrema cautela, uno tras otro, tanteando con sus bastones la roca de sedimentos humanos para evitar cualquier caída que pudiera resultar fatal. Iban flanqueados por sombras inquietas, como charcos de petróleo viviente.

¡Hablad! –retumbó la montaña de carne.

Mi Señor –dijo el primero, con voz cascada, apenas audible–, venimos a pedir tu clemencia. Ya no podemos matar para ti como antes; nuestros cuerpos lo impiden. Pero sabes que nuestro deseo y nuestra devoción siguen intactos. Déjanos morir en paz, y perdona que no podamos traer ya las ofrendas que mereces, mi Señor.

El anciano inclinó el rostro, y cerró los ojos.

Algo sonó en el interior de la carne inmensa, como un trueno bajo tierra. Todos se estremecieron. Y desde las alturas cayó la voz:

No temáis. Es el regalo de la eternidad lo que os voy a conceder...

Y largas tiras de carne hedionda se desprendieron sobre ellos, aferrándolos con fuerza, alzándolos entre gritos de desesperación como colgajos patéticos. Tres tropezaron para caer sobre las sombras devoradoras; pero el resto, uno por uno, desaparecieron pataleando por el abismo que era la boca, la cima, del Señor del Mal.

Y mientras caían, mientras los recibía en su interior infinito, su pensamiento –que era un fluido cambiante conformado por millones de mentes fragmentarias– entonaba un mantra desquiciado, una oración oscura que siempre fue la misma, pero cada vez más profunda, nunca igual.

<>
<>

Como siempre fue.
Como siempre será.

domingo, 15 de diciembre de 2013

Una historia extraña

 Paso un día normal, dos empleados (vamos a llamarlos Alberto y José), salían de su trabajo en una plaza mas o menos conocida. Ellos trabajaban todo el día, pues la empresa donde laboraban así lo exigía. El cansancio se les veía en los ojos, y sus músculos ya no daban para mas.

Salieron de su lugar de trabajo, caminaron un poco pues lo único que querían era llegar a su casa, Alberto se la pasaba criticando a su jefe, pues para el resultaba una maldita explotación trabajar todo el día, José en cambio lo tomada todo con mas calma y a cada queja el respondía con un chiste.
Cuando pasaban por la sucursal de Mc Donalds de Plan de Ayala, tomaron la decisión de que tenían que tomar un descanso antes de continuar a su destino, Alberto se sentó en la banca, donde es bien sabido que en cada banca de Mc Donalds, hay un inofensivo muñeco de Ronald, ahí esta con su sonrisa y con un brazo extendido invitándote a tomarte una foto con el.
Alberto estaba ahí descansando y José estaba parado junto a el, reían y bromeaban entre ellos, Alberto disfrutaba de una lata de coca cola. José le contaba chiste que de sobra sabia que le encantaban a Alberto, pues no paraba de reír en cada chiste.
De repente Alberto bostezo y se estiro, cuando volvió a su posición normal dijo:
Estoy muy cansado
Sin que ninguno de los dos lo esperara, una voz extraña y cavernosa le respondió:
Yo también
Ambos intercambiaron miradas de asombro, ¡El payaso había hablado! ¡Había movido la boca! Demasiado tétrico para soportarlo. El pobre Alberto cayó allí mismo, victima de un infarto fulminante. José huyo despavorido, no daba crédito a lo que acababa de escuchar. Se desploma en su loca carrera. Despierta en un hospital, lo único que atina a decir es:
Payaso habló, lo juro
Cae en un coma, y muere días después. Cuando recogen el cuerpo de Alberto que yace inerte junto a la tétrica figura surge una nueva incógnita...


lunes, 9 de diciembre de 2013

LA LUZ DEL PASILLO

Esta es la historia que me contó una amiga asegurándome que era real. Para preservar su identidad, pongamos que se llamaba Raquel. Raquel tenía un novio, al que llamaremos Raúl, y un fin de semana él la invitó a la casa de campo de sus padres. Era una fecha cercana al día de los enamorados, y la idea era hacer una escapada romántica.

 

Llegaron el viernes por la tarde a una casa aislada en la montaña, preciosa, a la que se accedía a través de un pequeño bosque. Aparcaron el coche enfrente de la casa, pues no tenía aparcamiento ni garaje, y después se dispusieron a instalarse.

Abrieron las ventanas para que se aireara la casa, abrieron las puertas, conectaron la luz eléctrica y el gas para darse una ducha calentita, etc. Llegó la noche y cenaron en la planta primera de la casa, en el salón con chimenea. Raúl se había esmerado en que todo resultara perfecto; había cocinado una cena estupenda, había comprado cava... Os podéis imaginar el escenario sin problemas.

Pero un grito se oyó en la casa y ambos se sobresaltaron. Se quedaron en silencio, aguardando otro ruido parecido para identificar qué demonios había sonado, pero nada se escuchó. Después del susto inicial, volvieron a relajarse y estaban ya riéndose de su reacción cuando otro alarido se oyó e inmediatamente después la luz se fue. Sin velas, ni linternas, Raúl resolvió ir hasta la cocina para ver si habían saltado los plomos, y Raquel, que es muy medrosa, de ningún modo se quería quedar sola. Llegaron a la cocina, que era donde estaba el cuadro de la luz. Curiosamente, sólo habían saltado las llaves que correspondían a la planta baja. Volvieron a subir las llaves de modo que la luz volvió, y regresaron al salón. Mi amiga Raquel aquí ya estaba bastante nerviosa.

Decidieron subir a la planta alta y dormir, Raúl comenzó a bromear para quitarle hierro al asunto, comentando que si Raquel tenía tanto miedo tal vez sería mejor dormir juntitos, y ella le tomó la palabra. Se fueron a la habitación de los padres de Raúl y allí estuvieron hablando un rato hasta que se quedaron dormidos. Raquel no tenía unos sueños muy dulces y en mitad de una pesadilla se despertó, y pudo ver la luz de una vela acercándose por el pasillo. Miró al lado de la cama y Raúl estaba allí, así que se empezó a asustar de veras.

Trató de despertar a su novio, que tenía el sueño muy pesado, mientras miraba por el rabillo del ojo y veía que la luz de la vela se iba acercando cada vez más a la habitación. ¿Por qué narices dejaríamos la puerta abierta?, se preguntaba Raquel. Gritó muy alto, Raúl se despertó finalmente, pero no había rastro de la luz misteriosa del pasillo. Raúl salió (aquí Raquel ya no le acompañó, prefería quedarse en el cuarto)y le juró que no había nadie, que seguramente estaba medio dormida aún y que había confundido la realidad con un sueño. Raquel estaba bastante segura de haberlo visto, pero si no había nadie en el pasillo ni en las habitaciones, ninguna ventana estaba abierta, su novio tendría razón. Así que se dejó convencer, pero tardó en dormirse. Tenía los ojos como una lechuza, Raúl se volvió a quedar dormido y ella empezaba a sucumbir al sueño cuando...Otra vez la maldita luz de la vela resplandecía desde el pasillo, esta vez Raquel estaba segura de estar despierta, y zarandeó a Raúl sin hacer ruido para que viera la extraña luz que se aproximaba cada vez más hasta el dormitorio donde estaban. Raúl esta vez sí vio la luz de la vela, y se quedó aterrorizado, pues no sabía cómo actuar. Raquel empezó a chillar muerta de miedo, la luz de la vela seguía acercándose, y ninguno de los dos se atrevía a ver quién o qué era el responsable.

Raquel en ese momento, cegada por el terror, se puso la ropa y cogió las llaves del coche, salió por la ventana, se tiró desde el segundo piso de la casa de campo(sorprendentemente no se rompió la crisma) y se quedó en el coche a dormir, pues lo único que podía hacer era pensar en la velita que se veía desde su habitación acercándose al dormitorio. Desde fuera de la casa no se veía ninguna luz y ya estaba pensando que era todo fruto de su imaginación cuando amaneció.

Con la luz del día a ella todo lo que había sucedido le parecía una estupidez de esas en las que uno reacciona desproporcionadamente, y se metió en la casa, gracias a una copia de las llaves que Raúl le había dejado. Mientras subía por las escaleras al segundo piso, dice que el miedo volvió a embargarla, pero que fue valiente y llegó hasta la habitación donde Raúl dormía. El estaba allí, durmiendo tranquilamente. A su lado, en la mesilla de noche, había algo que no estaba la noche anterior. Un candelabro.

sábado, 7 de diciembre de 2013

LA PUERTA NÚMERO 6

Esta historia llegó a mis oídos por el sereno de un antiguo colegio salesiano (Silvio), este hombre de 74 años vivió en carne propia esta experiencia hace unos 60 años...

Era jueves, la lluvia caía como cristales y las copas de los árboles se movían intensamente para todos lados. Los alumnos del colegio llamado "Don Bosco" que transitaban 4 año, se quedaban a dormir en la escuela, ya que una parte de dicha institución poseía habitaciones y un gran comedor donde pasaban toda la noche hasta la tarde del siguiente día. Los chicos entre gritos y risas se agruparon en el parque que tenia la escuela y acataron las ordenes de su director y rector acerca de que se podía hacer y que cosas no. Los niños emprendieron la caminata hacia las habitaciones encabezados por los dos directivos de la institución; primero les mostraron el gran comedor con todas sus instalaciones y minutos mas tarde pasaron al largo pasillo que estaba invadido de habitaciones.

Carlos, y sus dos amigos Daniel y Silvio, tenían previamente adjudicada La habitación Nº4, la cual se encontraba al final del pasillo del lado izquierdo.Era la ultima puerta y lo llamativo era que a comparación de las demás puertas, esta no estaba simétricamente separada de las demás como si la estaban las otras, esta habitación estaba mas alejada.

Carlos fue hasta la puerta escoltado por sus dos amigos, y al girar el picaporte se dio cuenta que estaba cerrada. Al instante se acerco a paso ligero el rector el cual le dijo de manera nerviosa que esa habitación estaba inhabilitada por la que tendría que utilizar la habitación 19.Estas palabras llamaron poderosamente la atención de Carlos el cual giro rápidamente y le lanzo una mirada sospechosa a su amigo Silvio, este ultimo tomo por la espalda a su otro amigo Daniel como empujándolo en la dirección en la que se encontraba la habitación 19.Al llegar, los tres dejaron sus bolsos arriba de sus respectivas camas y dialogaron sobre la actitud del Rector, a Daniel le parecía que sus dos amigos estaban obsesionados con la actitud del directivo y que seguramente estaba en reparación la habitación Nº4. Los amigos salieron al escuchar la voz de una amiga que pedía que salgan porque iban a reunirse en el comedor. Alrededor de 45 niños había y todos se sentaron a desayunar.Seguido a esto, estuvieron toda la tarde haciendo juegos relacionados a la religión, también a la superación de problemas en el grupo escolar y por ultimo mejorar la relación de compañerismo. En ese transcurso Silvio observo detenidamente al Rector ya que este iba y venia y se lo notaba apurado y acalorado, como si estuviera ocultando algo. El rector se llamaba Ernesto y hacia mucho tiempo que estaba en el colegio, de hecho el fue uno de los pensadores de hacer ese pequeño complejo para que fueran los niños del colegio, tenia 50 años era alto, corpulento y siempre llevaba traje gris con zapatos negros muy brillosos.

Ya eran las 19:30, estaba oscuro, seguía la lluvia intensamente y el cielo parecía cada vez mas amenazador. Entre risas Silvio pudo escapar de la reunión del comedor y siguió al rector, subió los escalones despacio y se oculto detrás de una planta que había en una esquina, lo siguió con la vista y lo vio al directivo sacar una llave y entrar a la habitación que a el y a sus amigos les habían negado la entrada, la habitación Nº4. El chico observo que Ernesto acomodaba algo, no era algo pequeño, tenia consistencia. Silvio cerro los ojos como para afinar la vista y pudo ver un brazo, y parecía de niño y mas grave todavía, era de Mariano Utscher, un compañero del curso el cual no lo veía desde cuando estaban en el parque esperando a entrar. Silvio soltó un grito muy bajo y bajo, se sentó al lado de Carlos y nervioso le contó todo. Daniel que estaba al lado, le decía en tono de susto a Silvio que lo que había visto el había sido un error y que tal vez se había dejado llevar por el lugar y la situación. Silvio negaba la suposición de su amigo, y este ultimo nervioso se levanto y se dirigió al pasillo de las habitaciones; sus amigos lo agarraron pero intervino el Director y los separo, al separarlos Daniel le dijo al directivo que iba al baño. Al subir, Daniel tomo el camino de las habitaciones y vio al rector apoyado en el marco de la habitación 4 tomándose la frente. El adolescente camino esos 20 metros que había de distancia de forma tranquila pero a la vez nervioso. El rector sintió la respiración de alguien y lentamente se dio vuelta, este estaba manchado de sangre por todos lados, su corbata estaba repleta de sangre coagulada y sus manos eran todas rojas donde convivían cortes y hematomas. Sin mediar palabras el rector le inserto una cuchilla en la garganta a Daniel causándole una cortadura profunda en su yugular, al instante lo alzo y lo tiro adentro de la habitación y este salio apasiguadamente. Pasaron 10 minutos, y Ernesto bajo, dijo en voz alta que el chico que había subido se sentía con nauseas y vómitos y que se encargo de llamar al padre que ya venia a buscarlo. Silvio y Carlos se miraron desconcertadamente y observaron con atención al rector y no pudieron ver nada sospechoso.

Habia llegado la hora de dormir. Carlos junto con Silvio fue a preguntarle a Ernesto donde estaba Daniel, el adulto rápidamente contesto que estaba en el cuarto suyo que lo estaba cuidando y en breve llegaría su padre. Sivio y Carlos caminaron hasta entrar en su habitación, estuvieron hablando de las actitudes del rector y su comportamiento raro. A las 23:00 toco la puerta de la habitación el director y le pidió a Carlos que le diera el bolso de Daniel ya que había venido la madre a buscarlo, Carlos pregunto por la salud de su amigo pero lo que obtuvo como respuesta fue un simple "el esta bien, no se preocupen. Duérmanse ya es tardísimo". Al otro día la lluvia ya había cesado, pero el viento no de hecho había una marcada capa de neblina . Los dos amigos se levantaron, se vistieron hicieron las camas y bajaron a desayunar. Al acabar, tomaron sus bolsos y los dejaron en la entrada, ya llegaría el micro que los dejaría en sus casas a cada uno. Carlos subió de manera sigilosa al pasillo y ya estaba todo oscuro, solo se veía una luz que provenía de la habitación que en un principio les iba a tocar, la Nº4. El muchacho se acerco hasta la puerta rápido y tuvo que ver dos veces la puerta porque algo le llamaba la atención hasta que se dio cuenta que era; la habitación que solía tener el numero 4 arriba, ahora tenia el 5, al darse vuelta lo ultimo que vio fue una cuchilla introducirse en su estomago y una cara conocida totalmente desquiciada que le clavaba los ojos y lo empujaba hacia adentro de la habitación. Carlos murió sabiendo quien era el asesino, aquel que lucia su traje gris con zapatos impecables.Se dice que despues del accidente, se podia observar que la habitacion que en un principio decia Nº4 ahora tenia el numero 6...

viernes, 6 de diciembre de 2013

ÚLTIMO CONTACTO

Me gustaba dar largos paseos con ella. Todas las tardes cuando caía el sol, iba a visitarla para que le diera un poco de paz y tranquilidad a mi alma, la cual estaba totalmente destrozada tras la pérdida de Esther. Aquél fatídico accidente de tráfico ... nos separó para siempre.

Aún lo tenía muy reciente.

Ana, que ya era como de nuestra familia, conseguía por unos momentos lograr que creyera que de alguna forma Esther permanecía a mi lado, aunque en el fondo sabía que me estaba engañando a mi mismo, pero ella me transmitía esperanzas.

Ana tenía un don, al menos eso es lo que ella y todos los que la conocían podían asegurar. Tenía la facultad de ver a los muertos... pero ... para mi todo aquello eran fantasías. Siempre había sido una chica muy sensible y pensé que igual se sentía bien creyendo que podía ayudar a aquellas personas desesperadas que necesitaban creer en algo. Pero yo no creía en la vida después de la muerte. Para mi la muerte ... era el fin, sin embargo Esther, siempre confió en la capacidad de su mejor amiga.

¿ Y dices que los muertos pueden vernos ?

Claro que sí. Diariamente estamos rodeados de personas fallecidas que nos observan desde su penumbra, aunque somos pocos los que tenemos la capacidad de poder percibirlos. La mayoría de los vivos, no pueden verlos a ellos.

No sé Ana ... ya sabes lo escéptico que soy ... Si así fuera, estoy seguro que Esther habría hecho lo posible para contactar conmigo o me habría enviado alguna señal.

Ana me miraba con ternura y compasión. Sus ojos brillaban de una manera especial, como si quisiera decirme algo. Hizo el amago de hablar pero sólo se quedó en el intento. Sabía que ocultaba algo ...

Dime Ana ¿ en estos momentos estamos siendo observados por alguno de ellos ? Seguro que sólo son imaginaciones tuyas ...

Ana agachó la cabeza y no quiso responderme. Quizás había sido un poco brusco con mi irónica pregunta. Quién sabe, quizás fuese yo el que estaba equivocado. ¿ Quién me asegura a mi que no hay un más allá ? Quizás Ana realmente tenga la capacidad de ver a los muertos, podría ser... ¿por qué no? ... o ... quizás sólo fuesen mis ganas locas de creer que Esther no había desaparecido para siempre.

Lo siento Ana, disculpa si he puesto en duda tu credibilidad, pero estoy desesperado... Llevo días que no soy el mismo.

No te preocupes Diego, entiendo que estes confuso y con ganas de salir de esta pesadilla. Pronto podrás tener paz en tu corazón y podrás vivir tranquilo.

¿La ves a ella?

Todos los días.

Me gustaría poder creerte.

Fue tonta la discusión que tuvísteis antes del accidente.

La miré sorprendido. No se lo conté a nadie. Sólo lo sabíamos Esther y yo. Ese fue el último momento que estuvimos juntos.

No debiste decirle que te habías arrepentido de casarte con ella sólo con la intención de hacerle daño. Y justo en ese momento fue cuando se desencadenó aquel fatídico accidente que os separó para siempre.

Me quedé impresionado. ¿Cómo podía saberlo? Sentí un escalofrío en el cuerpo que hizo agitarme. Era imposible que Ana supiera aquello. Fue justo lo que le dije a Esther y justo lo que ocurrió a continuación. Después de aquello no me quedó otra que darle el beneficio de la duda. Algo me decía que debía darle una oportunidad y averiguar si de verdad Ana era una privilegiada.

¿Cómo puedes saber eso? ... ¡si sólo estábamos los dos! ...

Ya te dije que la veo y hablo con ella todos los días.

Ana, si es verdad que puedes contactar con ellos, ¿crees que habría posibilidad de invocarla? ¡Cuánto daría por volver a verla por última vez y poder despedirme!. La extraño tanto ... que no puedo descansar tranquilo...

Claro que puedes Diego, pero no es tan fácil. Puede que lo que veas no te guste. Las cosas no son siempre lo que parecen.

Me arriesgaría a cualquier cosa. Por favor Ana, tienes que ayudarme. Necesito comprobarlo por mi mismo. Saber si está bien, si es verdad que no ha desaparecido del todo ... que sigue conmigo...lo necesito.

Sabes de sobra que te voy a ayudar, pero recuerda que quizás te impresione mucho lo que vas a ver. Te repito, que las cosas no son como tú piensas.

Me daba lo mismo lo que pudiera ocurrir. Echaba tanto de menos a Esther que mi amor por ella y la desesperación, me impulsaban a cometer la locura de hacer una sesión espiritista con mi amiga. Algo en lo que nunca había creído y de lo que me solía reir.

Llegamos a casa de Ana. Me dijo que me sentara y me pusiera cómodo mientras ella iba al otro cuarto a coger lo que siempre utilizaba para sus sesiones espiritistas. Pero la espera se me hacía eterna. No entendía el por qué de su tardanza, por lo que decidí ir a comprobar si ya estaba lista.

Ana ... ¿por qué tardas tanto? ¿ necesitas ayuda ?

Perdona Diego ... es que estaba haciendo una llamada telefónica ... ya estoy preparada.

Nos sentamos los dos alrededor de la mesa. Ana encendió una vela y la colocó dentro de un vaso, manías que tenía siempre que realizaba una de sus sesiones. Confieso que a pesar de no creer en estos temas, me sentía intrigado e incluso algo nervioso. No sabía lo que podría ocurrir...Y después de que Ana me contara la discusión que Esther y yo tuvimos, no cabía ninguna duda de que algo extraño estaba sucediendo.

Ella me cogió las manos para tranquilizarme. Las tenía muy calientes, yo sin embargo las tenía heladas y temblorosas. Comencé a sentir miedo, lo reconozco.

Ana no paraba de mirar hacia la puerta. La notaba nerviosa y sus ojos expresaban inquietud. Eso hacía que me pusiera aún más nervioso. Ya no sabía si creerla o pensar que mi amiga me estaba tomando el pelo, pero fue entonces cuando poco a poco comencé a notar una extraña sensación en mi cuerpo. Un calor enorme se fue apoderando de mi. Era una sensación única, me sentía enérgico, con mucha fuerza, y el miedo se adueñó de mi. Quizás estuviese sugestionado por el momento, pero yo estaba sintiendo aquello, era algo muy real...lo sentía con mucha fuerza.

Ana ¡qué me está sucediendo!, siento mucho calor...como si estuviese absorviendo algo ...

Ana me miraba mientras sujetaba mis manos y me repetía una y otra vez que me tranquilizara, que todo aquello que estaba sintiendo era algo normal, que siempre sucedía lo mismo cuando se iba a producir una manifestación.

¿ Cuándo va a aparecer ella ?

Viene de camino ... Mira Diego, ya está aquí, ¿no la sientes?. Me dijo casi susurrando ...

Me llevé la mayor sorpresa de mi vida, no podía creer lo que estaban contemplando mis ojos cuando la vi aparecer. Allí estaba ella ... Sentí de repente una mezcla de emociones inexplicables. No pude pronunciar ninguna palabra, no pude reaccionar, me quedé inmóvil. Solo era capaz de mirarla, pero sin poder hacer nada. La impresión fue muy grande y casi no me lo podía creer. Seguía mirándola sin salir del asombro, tenía el rostro demacrado y con ojeras, como si se hubiese llevado semanas y semanas llorando y sin dormir...pero seguía igual de hermosa que siempre, ella era mi vida y sin ella, nada ya tendría sentido.

Impulsado por las ganas de besarla y abrazarla, me incorporé y me dirigí hacia ella lentamente. No me pude contener las lágrimas. Allí estaba ella, a sólo cuatro pasos de mi. Parecía asustada pero ni siquiera me miraba, como desorientada y perdida. Tenía un aspecto normal, salvo por las heridas de cortes que tenía en la cara, llena de moratones. El accidente debió ser brutal, yo apenas pude recordar nada.

Me acerqué a ella y con cierto temor intenté tocarle la cara, pero algo me lo impedía. No conseguí sentir su tacto, como si mi mano no pudiese llegar a su cara.
Deseaba hablarle, pero se quedó sólo en el intento cuando de repente, su voz se pronunció...

Hace mucho frío aquí ... Ana ...

Me asusté, no esperaba que pudiese hablar. Volví a intentar articular alguna palabra pero me era imposible. Fue tanta la impotencia de no poder comunicarme con ella que el calor que sentía al principio cada vez era más intenso.
La vela se apagó y un ruido hizo que desviara mi atención hacia otro lado. El vaso que había encima de la mesa con la vela, cayó al suelo sin ser impulsado por nadie. La luz empezó a parpadear hasta que nos quedamos casi a oscuras, salvo por unas velas que aún quedaban encendidas...

Miré de nuevo a Esther y pude ver el miedo reflejado en su rostro. Estaba temblando y a punto de llorar y miraba a Ana desconcertada mientras Ana me miraba a mi como si estuviese a punto de decirme algo. Pero Esther, con la voz quebrada por el llanto, la interrumpió antes de que pudiera decir nada.

¡ Qué ha sido eso ! ... Ana ... ¡ ¿Diego está aquí verdad? !

Una avalancha de imágenes me vinieron a la cabeza. Recordé el día del accidente, cómo íbamos los dos discutiendo mientras yo conducía. Un coche que venía de frente se cruzó al carril por el que íbamos nosotros. Tenía algunas lagunas en mis pensamientos pero ... lo que sí recordaba era la ambulancia llevándose a Esther, mientras yo permanecía allí de pie contemplándolo todo sin saber qué estaba sucediendo. Nadie se preocupó por mi estado y eso me extrañó. Pero ahora todo cobraba sentido, lo tenía todo claro. Comencé a ver las imágenes una por una, el coche de frente dirigiéndose hacia nosotros a toda velocidad, Esther al lado mía inconsciente, con el rostro sangrando. Recuerdo haber salido del coche con normalidad ... no, aquello no era normal después de aquél violento choque. Fue en ese momento cuando comprendí, que quien sobrevivió a aquél accidente ... no fui yo...

jueves, 5 de diciembre de 2013

POLYBIUS

Una de las leyendas más misteriosas del mundo de los videojuegos es una que afirma que hay un antiguo juego que provocaba amnesias y suicidios entre sus jugadores. No existe ninguna prueba concreta de esta afirmación, pero la leyenda continúa suscitando curiosidades y excitando lo imaginario. El juego en cuestión era el Polybius, un especie de arcade aparecido en 1981, creado por Ed Rottberg para la sociedad Sinneslöschen.

 

En la época, Polybius (juego adaptado de otro juego llamado "Tempest") tuvo un éxito importante y mucha gente se amontonaba delante de la máquina esperando su turno para jugar. Sin embargo, al cabo de unos días, numerosos jugadores se quejaron de padecer amnesias, cefaleas, pesadillas, insomnio y algunos, incluso, llegaron a intentar suicidarse.

Muchas son las leyendas que se dispararon alrededor del videojuego: muchos aseguraron ver a hombres vestidos con trajes negros tomando notas de los jugadores que más puntuaciones hacían. Otros aseguraban haber visto "caras fantasmales" que recorrían la pantalla. También están los que en mitad del juego han visto mensajes subliminales, entre los que el más destacado es "suicídate". Voces bajo el sonido del juego, quejidos de pánico,... la rumorología se extendió.

Atari arroja algo de luz al asunto diciendo que el procedimiento empleado tanto en Tempest como en Polybius, que consistía en hacer girar el decorado alrededor de un elemento fijo, podía llegar a causar náuseas entre los jugadores.


EL COLLAR MALDITO

Un dia muy lindo y soleado me desperte muy asustada por una esxtraña pesadilla que habia tenido. Fue extraña pero un poco confusa. Sali de la cama y abrí mi persiana, era de día.Me vesti y baje las escaleras.Luego de desayunar me fui a la playa a caminar un rato.

Camine un rato por una playa desierta que estaba cerca de mi casa.Por la orilla encontre un hermoso collar, con una gema de color esmeralda en el centro.Fui a mi cas y le conte a mi mama lo que habia encontrado.Esa misma noche me fui a un baile con mis amigos.Lucia un hermoso vestido sin mangas y el collar que encontre en la playa.
En el baile, estaba con unas amigas y dos amigos.Fuismos a el cuarto donde guardaban los abrigos. Era grande y oscuro. Encontramos una tabla ouija y nos pusimos a jugar en una mesita. Todo lo consideraba como un juego, yo hacia las preguntas pero nadie contestaba.Hata que pudimos concentrarnos. Yo pregunte si habia espirutos en esa enorme casa. Alguien respondio que si.


_¿Podrias decirnos como te llamas?
MELINA.
_¿Cuantos años tienes?
8.
_¿Podriamos hacerte unas preguntas.
SI
Y entonces mi collar empezo a brillar y mis ojos se volvieron blancos.
YO SOY MELINA UNA NIÑA DE 8 AÑOS. MIS PADRES ME DEJARON SOLA EN ESTA CASA, ME DIJERON QUE SE IRIAN UNA NOCHE PERO NUNCA VOLVIERON. Y ASI HE MUERTO DE HAMBRE, FRIO Y MIEDO.


Mi silla se movia adelante y atras, hasta que caí y me desmayé.
Bueno, por lo menos yo sabia que me habia desmayado, pero lo demas me lo dijeron mis amigos que estaban en ese momento.Desde ese dia nunca mas use cosas que encontre en el mar.Yo les creo a mis amigos porque aún siento esa extraña censacion de que alguien ha tomado mi cuerpo....

miércoles, 4 de diciembre de 2013

KALE

Si bien recuerdo y espero no equivocarme, todo ocurrió seis años atrás, cuando sólo tenía 14 años. era una chica normal, sin embargo, me atraía todo lo sobrenatural, en especial el espiritismo. nunca he sido católica, ni he creído en ningún dios, pero siempre he creído en el alma. siempre está contigo, y sólo te deja cuando estás durmiendo. cuando duermes, se libera de sus ataduras físicas y sale al exterior, respira aire fresco y se mueve por el mundo... por eso soñamos.

nuestros sueños no son más que las imágenes que nos transmite el alma cuando sale al exterior. muchas veces nos acordamos de ellos, y otras no, a veces incluso, cuando el alma, por alguna razón, no puede salir de nuestro cuerpo, se lo lleva consigo, y por eso hay gente sonámbula.
todo eso me atraía mucho. cuando tenía tiempo libre me metía en internet y buscaba información, cada vez haciéndome más a la idea de como funcionaba el mundo espiritual. poco a poco, fui ampliando mis conocimientos, hasta que un día, decidí ponerlos en práctica. cogí mi mechero, unas 5 o 6 velas, un libro de espiritismo que había cogido de la biblioteca y lo metí todo en una mochila. con la mochila al hombro, y llena de ilusión me fui hacia el cementerio del pueblo.
esa noche mis padres se iban ha cenar fuera, y yo, supuestamente, me tenía que quedar en casa a estudiar. por supuesto, la elección de quedarme fue idea mía. casi nunca salían y esa era la oportunidad perfecta.
salté la verja con mucho cuidado, y caí suavemente al suelo sin hacer ruido, anduve cuidadosamente durante un buen rato alrededor de las tumbas, buscando el lugar ideal donde colocar el "chiringuito". finalmente encontré el lugar ideal cerca de un sauce llorón, resguardada del viento y de las posibles miradas indeseadas. me senté con las piernas cruzadas y empecé a sacar las velas, el libro, y el mechero. cogí una piedra y dibujé en el suelo una estrella de cinco puntas, y en contacto con una de las puntas, un círculo no muy grande. puse una vela en cada punta, y otra dentro del círculo. me metí en el círculo con la mochila incluida, y me senté lo más cómodamente posible (realizar un ritual lleva su tiempo, aunque no lo creaís). abrí el libro por la página 169, apartado "invocaciones". encendí el mechero y empecé a leer las palabras de invocación. era una especie de cántico, que había practicado anteriormente, por supuesto (la verdad es que en esa etapa de mi vida tenía mucho tiempo libre) mientras cantaba, en un tono casi inaudible, empecé a encender las velas sin salir del círculo. cuando todas ellas estuvieron encendidas, dejé de cantar y dije en alto: "¡espíritu lejano, que siempre estás cerca, yo te invoco, ¡ven a mi presencia!" (es un poco cutre, lo admito, pero yo no escribí el libro!).
no ocurrió nada durante tres interminables minutos, pero no me moví del sitio. la paciencia es la clave de la invocación. los espíritus hacen todo lo posible para que salgas del círculo para que te quedes desprotegido, y así absorber tu esencia. eso o simplemente para divertirse, sinceramente, yo no comprendo a los espíritus, por eso los estudiaba.
estuve mirando al infinito una eternidad, pensando y preparando las preguntas correctas. finalmente, un humillo azul grisáceo empezó a moverse en la estrella. iba de un lado a otro, intentando salir de cualquier modo, pero cuando lo intentaba, el fuego de las velas saltaban y los trazados se volvían de fuego. era imposible que escapara hasta que yo le diera permiso. cuando el humillo se dio por vencido, empezó a cobrar forma. primero apareció el contorno del cuerpo, luego el pelo, y poco a poco los detalles de un cuerpo humano. lo último que se formó fueron sus ojos. eran grandes y rasgados, del mismo color del humillo. el espíritu se había transformado en un chico de mi edad (y especialmente guapo, eso hay que admitirlo). no entendía porqué había elegido esa forma. en los textos que había leído normalmente explicaban macabras figuras, o algunos animales, pero nunca seres humanos.
me quedé con una expresión de asombro en la cara. el espíritu, al parecer se percató y dejó que se le dibujara una media sonrisa de suficiencia en la cara, pero no dijo nada. de repente se me había quedado la mente en blanco. me maldije, lo había planeado todo así, me había desconcentrado a posta. estaba claro que sabía que no me lo iba a esperar. intenté pensar con rapidez. empecé con una pregunta sencilla.
¿quién eres? era lo más sencillo que se me ocurría.
el espíritu que has invocado. dijo sin que esa asquerosa sonrisa de suficiencia se le borrara de la boca.
será idiota, eso ya lo sabía. tenía que hacer preguntas más concretas, si no quería que todas las respuestas fueran igual.
vale, ¿cómo te llamas?
¿acaso importa? contestó divertido.
sabes que me tienes que responder, no hacerme preguntas me estaba empezando a hartar.
dime tu nombre.
dejó escapar un suspiro y contestó: " kale."
no pude aguantar la risa. ¡kale! menudo nombre. (podeís pensar que era tonta por reírme, pero comprendedme, estaba en la edad del pavo...).
bien dije secándome las lágrimas con la manga de mi cazadora ¿cuánto tiempo llevas muerto?
754 años, 755 dentro de dos meses, contestó mirando al vacío. dirigió su mirada directamente hacia mi, una ligera diferencia de edad entre tu y yo, ¿no crees?
me puse roja, no lo pude evitar. eso le hizo gracia, y la media sonrisa volvió a aparecer en su cara. intenté calmarme, nunca era la primera vez que invocaba a un espíritu y no quería que se notase, eso sería posiblemente mi fin.
a ver.... ¿y qué sabes hacer?
me miró extrañado, como si no comprendiese la pregunta.
¿qué quieres decir? me preguntó.
ya sabes... trucos, efectos visuales, lo que sueles hacer para engañar a la gente como yo. ¿ nunca te lo habían preguntado?
pues la verdad es que no, pero si insistes. levantó la mano poco a poco. cuando estuvo a la altura de mi cabeza, empezó a moverla paralelamente al suelo, dibujando en el aire un medio círculo.
luego bajó la mano. se me quedó mirando, y luego bajó la vista hacia el suelo. le seguí la mirada. el suelo estaba cubierto de flores. no pude evitar una sonrisa. eso no era maligno, como yo había pensado, entonces hice la mayor idiotez de mi vida. me agaché y saqué la mano del círculo para coger una flor. en un abrir y cerrar de ojos, una mano fría y fuerte me agarraba la muñeca. no pude evitar un grito de pánico al darme cuenta de mi error. idiota, idiota y idiota. no podría haber sido más idiota...
la mano de kale tiró de mi y me hizo salir del círculo, para llevarme al interior de la estrella. luego me soltó. por instinto, intenté salir de la estrella, pero cuando lo intenté noté un calor insoportable. no podía salir, había caído en mi propia trampa. lo intenté dos veces más, pero no tuve éxito. entonces, reparé en la presencia de kale dentro de la estrella. estaba en la otra esquina, mirándome sonriente. aparté la mirada rápidamente. estaba perdida. dentro de nada me absorbería la esencia, o algo peor, y posiblemente más doloroso. me quedé parada, mirando al cielo esperando lo inevitable. noté sus pasos acercándose. cuando se paró, estaba tan cerca de mí que hasta podía sentir su falsa respiración. una mano se apoyó en mi hombro y me dio la vuelta suavemente. nos quedamos cara a cara. su rostro sonreía de una manera antinatural, demasiado alegre, y a la vez triste.
no voy a matarte. dijo, para mi sorpresa no me conviene. pero tampoco te voy a dejar ir. maldición, hace tiempo que esperaba esta oportunidad. ahora sabes que estás indefensa, y lo estarás toda tu vida, por lo menos en lo que se refiere a mi esencia. ahora yo te controlo a ti, y pienso que me vas a ser muy útil. cada viernes a esta hora, apareceré donde estés, ya sea aquí, o en la otra punta del mundo. siempre traeré instrucciones, y te daré órdenes para que las cumplas. tendrás como plazo hasta el siguiente viernes, cuando yo vuelva a aparecer. alguna vez traeré ordenes nuevas, otras no, y otras incluso puede que te dé mas tiempo para que lleves a cabo mis peticiones. ¿lo has entendido? dijo fríamente.
ese discurso hizo que se me cayera el alma al suelo (y nunca mejor dicho). ser esclava para siempre de un espíritu...
s..si.
muy bien, chica lista... dijo en un tono casi inaudible.
la mano que me aferraba el hombro se empezó a aflojar y subió poco a poco a mi cuello. alcé la mirada y le miré a los ojos.
intenta no defraudarme, ¿quieres? me dijo con su media sonrisa.
entonces desapareció en el humillo azulado.
desde entonces, cada viernes a las 10.38 aparece allá donde estoy kale siempre aparece. a veces con una sencilla petición, a veces difícil, otras menos. lo único que sé es que nunca desaparece.


FOTO TERRORÍFICA DEL DÍA

martes, 3 de diciembre de 2013

LA SOLEDAD

Nunca había sentido curiosidad por averiguar a quien pertenecía aquella tumba. los detalles morbosos no la inquietaban y no creía que pudiese haber nada más allá de la muerte. un día te morías y ya estaba. se acababa todo. ¡punto y final! hasta el momento, nadie había regresado de aquel lugar.

 

lo único que de veras le importaba era la casa que samuel y ella habían adquirido juntos. era blanca de un único piso, con numerosas habitaciones y un largo pasillo. las tejas eran rojas, de un esmalte vivo, era la típica casa que dibujan los niños con un pequeño sendero y una chimenea llena de humo. tenía bastante claridad, a primeras horas del día, aunque a la tarde se ensombrecía un poco por el ala oeste. a mano derecha, había una pequeña cocina con una gran nevera y también una despensa aunque el detalle de los víveres no era ningún obstáculo para ella ya que el supermercado del pueblo se hallaba bajando la carretera a sólo media hora de coche.

por el momento, se hallaba vacía de muebles, excepto en la primera habitación en la que había colocado un camastro ocasional por si ella y samuel decidían pasar algún fin de semana hasta que terminasen de poner todo el mobiliario.

la casa, rodeada por eucaliptos pendía vertiginosamente sobre un acantilado. el paisaje que se veía desde allí era verdaderamente impresionante. mirar hacia abajo producía vértigo.

a adamaris le gustaba el olor de los eucaliptos y sentir el murmullo de sus ramas cuando el viento las agitaba. le gustaba la paz que se sentía allá arriba. era como una anestesia para el dolor.

era la casa de sus sueños.

la casa que samuel y ella habían soñado juntos.

sólo tenía un defecto.

estaba sola, vacía como ella.

samuel la había abandonado hacia cosa de un mes sin darle ningún motivo convincente. llevaban diez años juntos toda una vida y de pronto él se iba y la dejaba diciéndole únicamente que algo en él había cambiado, que no sabía lo que quería y que deseaba emprender una nueva vida lejos de aquel ambiente que tanto le oprimía.

se había marchado de la ciudad y la había dejado sola. más tarde, se había enterado por unos amigos que tenía otra mujer y que viviría con ella la vida que le había arrebatado.

a consecuencia de esto, se hallaba en tratamiento psicológico porque no podía dormir, porque no concebía la idea de vivir sin él, envejecer y morir sin nadie que la quisiera, abandonada como un perro. sola.

el psicólogo había desaconsejado su idea de ir a la nueva casa. a su temor patológico a la soledad, no le venía bien un lugar tan apartado como aquel. adamaris necesitaba estar en compañía de mucha gente.

había hecho caso omiso a la opinión médica y de todos sus amigos. el único sitio donde podía encontrarse feliz y menos sola era precisamente aquel, la casa en la que había planeado vivir hasta hacerse muy vieja en compañía de samuel, su amor.

entró en la casa y admiró el brillo del parquet y el olor de la madera. los obreros la habían dejado acabada aquella misma mañana. quitó la cinta aislante que cubría una de las ventanas y observó la infinitud del mar a lo lejos.

de pronto tuvo un sobresalto al sentir su móvil. ¿quién la llamaría? adamaris suspiró al ver el nombre de sandra en la pantalla. sandra era su mejor amiga. siempre se preocupaba por ella. era algo bruja y también muy sincera. decía las cosas tal y como le venían sin pensar en el efecto que podían producir en las personas.

¿estás loca? casi gritó ¿pero a quien se le ocurre ir a esa casa tu sola? ¿y si te da un ramalazo y te da por tirarte por ese acantilado? ¡ahora mismo cojo el coche y me planto contigo! ¿por qué no haces caso a la gente que te quiere?

durante algunos minutos mantuvo una discusión acalorada con ella. finalmente rompió a llorar desconsolada.

le confesó que estaba mal, francamente mal que continuamente sentía ganas de llorar y que la idea del suicido le rondaba cada segundo.

pero le dijo, que únicamente en aquella casa encontraba paz y que le pedía por favor que no se inmiscuyera en sus asuntos.

podía llamarla cada minuto, cada segundo si tenía miedo aunque ella no tenía intención de atentar contra su vida. lo único que quería ahora es que la gente que la quería respetase su voluntad de estar sola.

entristecida por el estado de su amiga, sandra dejó de insistir. ya iba a colgar cuando adamaris en tono de broma y para restarle importancia a su discusión se le ocurrió preguntar:

¿oye, y no tendrás ningún ritual para encontrar al hombre perfecto?

pensé que tu hombre perfecto era samuel respondió sandra.

tal vez me convenga cambiar de aires replicó quiero a un chico guapo, mucho más guapo que samuel, inteligente, sensual, simpático, y que me quiera mucho.

sorprendida sandra estalló a reír:

ese hombre no existe adamaris.

¿ves entonces porque quiero estar sola?

cuidado con tus deseos adamaris por que pueden hacerse realidad

siguiendo la broma le dijo que tomara nota. se inventó un ritual de atracción para su amiga diciéndole que necesitaba un pequeño gorrión muerto sobre el que debía verter unos granos de lavanda, envolver el pequeño cadáver en una hoja de un árbol y enterrarlo en una noche de luna llena al lado de una tumba.

todo esto, lo dijo sandra, ignorando que cerca de la casa que adamaris había comprado, existía verdaderamente una tumba, de una persona desconocida, tal vez un suicida aunque era poco improbable por la pequeña cruz de mármol blanco o incluso, un marinero sin nombre o un antiguo morador de aquella colina.

con los ingredientes, adamaris bajó al pueblo y compró unos saquitos de lavanda en grano pues no la tenía en casa. encontró efectivamente el cadáver de un pequeño gorrión, probablemente muerto de una enfermedad el poder adivinatorio de sandra era increíble y tal y como ella dijo, envolvió el pequeño cadáver en unas cuantas hojas de eucalipto atadas con una cuerda.

interpretándolo como un juego simpático que le permitiría encontrar al hombre ideal ya que ella no creía en esas cosas esperó a que hubiese luna llena y enterró el cadáver del pequeño pajarito en un montoncito de tierra al lado de la tumba sin nombre.

aquello no iba a resultar. ¿pero que perdía por intentarlo? si la magia no existía como ella creía no pasaría nada. nunca había creído en la magia. ¿por qué no empezar a hacerlo ahora?

sucedió que aquel verano, no pasó absolutamente nada. bueno, sí pasó. pero no fue la aparición del hombre apuesto y encantador de sus sueños.

lo que ocurrió fue algo más bien terrorífico.

después de eso, comenzó a sentir como todas las noches una niña desconocida recorría su casa a la carrera. nunca la veía. cuando encendía la luz, los ruidos cesaban pero ella sabía que tenía que tratarse de una niña, una niña de corta edad.

incluso, una noche cerró con llave la puerta, por temor a que realmente una niña del pueblo hubiese subido hasta allí arriba cosa improbable ya que era la única inquilina de aquella colina a gastarle una broma pesada.

los ruidos de la niña volvieron a oírse también aquella misma noche dentro de la casa y justo al lado de su cama. pero al encender la luz, todo se desvaneció.

pensando que la soledad le estaba haciendo volverse loca, tomó la determinación de abandonar la casa aquel verano. a su llegada a ribadesella, le contó a su amiga sandra lo que había acontecido y esta le habló de la posibilidad de que hubiese un espíritu en su casa a consecuencia del ritual practicado.

sandra tenía la culpa. había jugado a inventarse un ritual y con la magia no se juega. aquel mismo año tuvo un accidente de tráfico en el que perdió la vida.

pero adamaris no lo atribuyó en ningún momento a un castigo por jugar con la magia.

pasaron los años y regresó a la casa. la casa blanca que se parecía a un dibujo infantil con su camino, y sus eucaliptos.

la casa donde samuel y ella habían planeado agotar los últimos días de su vida.

el espíritu de la extraña niña dejó de atormentarla desde el primer día en que había puesto un pie sobre la casa.

adamaris estaba feliz. había encontrado al hombre de sus sueños. era un caminante, guapo, alto y rubio de habla extranjera. se dedicaba al senderismo cuando por casualidades de la vida fue a parar cerca de su casa. se hallaba alojado en el hotel del pueblo.

le preguntó si era feliz allí y le dijo que debía serlo pues si él viviese en un lugar tan hermoso como aquel no pensaría en abandonarlo nunca.

mantuvo una hermosa relación con él durante un mes. aquel adonis, llegaba a su casa cada anochecer y le colmaba de todos los besos y caricias que nunca había soñado tener.

la felicidad se reflejaba en su rostro.

era enormemente feliz.

pero un día, al igual que samuel, desapareció y la dejó nuevamente sola.

intrigada por la extraña desaparición de su amado, volvió al pueblo y preguntó en el hotel por él.

nadie le conocía. no había ningún muchacho alemán registrado con ese nombre durante aquel año.

sin saber como ni porque, entró en la iglesia para hablar con el párroco. ella no creía en aquellas cosas.

pero necesitaba consuelo a su dolor. necesitaba hablarle a alguien de su temor a quedarse sola.

cuando el párroco oyó el nombre y los apellidos de aquel muchacho, palideció.

adamaris le preguntó que le sucedía.

este únicamente le dijo que no podía ser posible que hubiese conocido a aquel hombre ya que había muerto.

los cimientos de la nueva casa de adamaris estaban sobre la antigua casa. por lo visto, fue un hombre cuya hija murió de una enfermedad pulmonar. incapaz de soportar la tristeza, su mujer, la persona a quien él más quería en el mundo, le dejó solo. incapaz de soportar la muerte de su hija y el abandono de su esposa se precipitó al mar.

había anochecido cuando adamaris abrió sigilosamente la puerta de su casa con intención de coger las pocas pertenencias que tenía y poner los pies en polvorosa lejos de aquella casa maldita gracias al ritual de una amiga aprendiz de bruja y a ella misma que lo había llevado a cabo.
al poner un pie dentro un aire gélido le golpeó la cara y una fuerza sobrenatural la empujó hacia dentro.

quiso encender la luz pero una mano gélida se lo impidió empujándola contra una viga que le hizo perder durante un instante la conciencia.

cuando la recuperó, vio que la luz de la luna iluminaba a una niña con un hermoso vestido blanco, mesándole los cabellos. a su lado había un pañuelo manchado de sangre.

adamaris recordó la enfermedad pulmonar de la que el párroco le había hablado con respecto a la niña.

a su espalda, surgió una voz de ultratumba que le decía:

FOTO TERRORÍFICA DEL DÍA


A TRAVÉS DEL CRISTAL


Eran las nueve de la tarde. Estábamos a mitad del verano, el escaparate de aquel Telepizza en el que nos encontrábamos dejaba ver un trozo de calle urbanizada bañada por los últimos rayos de luz solar. No sé si mi acompañante se fijó en ese detalle, pero lo cierto es que poco después, el anochecer se hizo infinítamente largo.

Discutíamos que ingrediente sería mas adecuado para afrontar después la película que íbamos a ver y comparábamos los precios y ofertas existentes en un descolorido e insulso tríptico.

Lo lamento, pero recientemente hemos eliminado los champiñones de nuestro menú. Le puedo sugerir que pruebe el nuevo ingrediente, las setas.

Acepté de buena gana. Los champiñones eran mi ingrediente favorito para las pizzas, pero a decir verdad no había probado muchas especies micológicas mas allá de los mízcalos y los boletos. Mientras no fuese Amanita Faloides...

En ese momento entraron en el establecimiento varios mocosos que a buen seguro venían a celebrar un cumpleaños. Nunca me gustaron los niños, y menos los que llevan capirotes de indio y berrean como si fuesen hotentotes a la carga. Para colmo de males, iban sin compañía adulta. Pronto me di cuenta que la madre del cumpleañero estaba sacando del maletero de su BMW una bolsa con regalos y un bolso negro.

Tardará unos 15 minutos

"Sin duda, serán largos", pensé. No sólo tenía mas hambre que el tamagotchi de un sordo, sino que iba a tragarme los prolegómenos de una entrañable y sonora fiesta infantil.

Y sinceramente, preferiría que así hubiese transcurrido todo.

Nos dirigimos hacia una de las pocas mesas libres de los saltos que los niños completaban sin sentido entre el mobiliario de chillones colores.

El escaparate estaba a pocos centímetros de nuestra mesa. Con la algarabía de fondo, centré mi atención en la madre que trataba de cerrar el coche. Era una mujer bella, no sabría decir que edad tendría, pero sería mentir si no digo que estaba de buen ver.
Era alta y de cabellos rubios, con unas grandes gafas de sol cubriendo unos ojos que a la postre descubriría azules.

La mujer cruzó la estrecha calzada. Ningún coche la impedía cruzar los pocos metros de asfalto que había desde la otra acera.
Cuando iba por mitad del recorrido, ocurrió algo extraño.
Mi sorpresa era similar a la que ella mostraba. Había tirado el bolso como si éste le hubiese mordido y ahora miraba cariacontecida el brazo que tenía elevado. Creo que yo era el único que estaba viendo aquello.
La jauría de niños seguía sacando de quicio a una camarera que trataba de tomar nota, pero yo los había dejado de oír.

De repente, sus dedos empezaron a moverse espasmódicamente ante la sorprendida mirada de la dueña. Entonces, soltó la bolsa repleta de regalos y chilló.
Me levanté de la silla y pegué mis manos al cristal. La mujer se retorcía sobre su brazo. Por la forma de moverse, lo asocié a la picadura de alguna abeja, comunes en zonas ajardinadas en esa época del verano.
Los alaridos eran de tal potencia que los niños dejaron inmediatamente su juerga al percatarse de que algo no iba bien.
¡¡¡Mamá!!!
El niño que llevaba una corona de plástico en la cabeza intentaba abrir la pesada puerta entre sollozos y los gritos de los demas niños, asustados por la escena.

El que debía ser gerente del local, calvo como una cebolla y con una ridícula corbata ilustrada con porciones de pizza; empujó y abrió definitivamente la puerta, con la intención de socorrer a aquella mujer que gritaba fuera de sí.
En ese momento, también me dispuse a salir y ayudar en lo que pudiese.

No te muevas

Tenía a Sergio a mi espalda. Intenté darme la vuelta para decirle que si no era consciente de lo que le pasaba a aquella mujer, pero cuando vi lo que el estaba observando; las palabras definitivamente no sólo no salieron, sino que además se me olvidaron por completo.

Sergio estaba a cinco centímetros de cristal, observando por encima de sus gafas. Tenía la mirada clavada en algo que había pegado al vidrio por la parte exterior.
Sin duda era una avispa. Las avispas no me asustan, salvo que sean tan grandes como el dedo índice, claro.

¡¡¡Dios!!!¿¿¿Que cojones es eso??? pregunté sin esperar tener respuesta. El aguijón era terrible, era similar al punzón de un dardo, pero con un color blanquecino que parecía palpitar.

Es un avispón japonés dijo Sergio con voz calmada, aunque en su rostro se advertía cierto temor.

¿¿¿Como que un avispón japonés??? pregunté aterrorizado sin quitar el ojo de aquellas patas peludas

Este insecto vive en Japón y es el causante de más de 40 muertos al año en la isla del sol naciente.

¿Y si es de allí?¿¿¿Que demonios hace en Colmenar Viejo???¿¿¿Es venenoso??? pregunté totalmente alterado

No se que diablos hace este insecto aquí. Sólo viven allí y no hay constancia de que se ubiquen en otra zona del planeta

¡Quiero saber si son venenosos!

Por desgracia, son bastante mas que venenosos en ese momento se quitó las gafas. Nunca le vi sudar de esa forma Recuerdo haber estudiado esta familia en entomología de cuarto. Su glándula segrega siete toxinas muy potentes. Una de ellas facilita una rápida necrosis del tejido afectado.

¿Necrosis?
La mujer seguía retorciendose mientras su hijo lloraba a su lado y varias personas trataban de ayudarla. El brazo desnudo comenzaba a coger una tonalidad negra muy desagradable.

La necrosis consiste en la muerte del tejido afectado. Esa mujer de ahí a perdido el brazo, y si no se la inoculan los antídotos adecuados, morirá en pocos minutos.

¡¡¡Rápido, vayamos a ayudar!!! me levanté y fui corriendo hasta la puerta.

Al mirar atras,me sorprendí de ver a Sergio aun sentado

No hagas locuras. Cierra esa puerta y vuelve aquí

Hice caso omiso y salí al exterior.

Me acerqué mirando con cuidado hacia el corrillo. Varios vehículos estaban parados delante y sus conductores habían bajado a ver que sucedía.

Entonces pude ver los bonitos ojos que tenía aquella mujer, pues las gafas descansaban en el asfalto.

Eran de un azul intenso, pero solo reflejaban un dolor infernal.

La mujer expectoró sangre a borbotones, manchando a su propio hijo que lloraba histérico. Entonces dejó de moverse y los ojos quedaron enternamente abiertos, ya vacíos de todo sufrimiento.

Fue entonces cuando se empezaron a oir aullidos de dolor en todas las direcciones. Me asomé a la esquina de la calle y decenas de personas huían aullando de un parque instalado en una gran rotonda. Otras personas caían al suelo gritando. Era como una locura generalizada.

Muerto de terror, escuché un zumbido similar al que provocaría un mosquito gigantesco batiendo sus alas. Mi adrenalina se disparó y corrí a la velocidad del sonido los diez metros que me separaban de la pizzería. Sólo Sergio continuaba allí dentro, mirando desesperado por el cristal, temiendo por mi futuro.

Llegué sano y salvo al interior, e instintivamente cerré la puerta. Por desgracia no había nadie mas que pudiera entrar. Decenas de niños estaban desperdigados por la calle, moviéndose como peces a los que se saca del agua. Todos gritaban, al igual que los adultos. Algunos se tocaban la pierna, otros se tapaban el pecho, y otros parecían catatónicos tras haber recibido un picotazo en la cabeza.

¡¡¡El numero 33, dos pizzas medianas!!!

La dependienta del mostrador tachaba con un boli un ticket. No parecía haberse percatado de nada. Cuando bordeó el mostrador y nos obsequió con su sonrisa, el gesto cambió lentamente mientras las pizzas caían al suelo.
Tranquila, se nos a quitado el hambre
Tras entrar en histeria después de ver tan dantesca situación, se arrodilló llorando delante de la puerta

Sergio y yo seguimos observando en silencio a través del cristal. Cientos de insectos tapizaban el gran escaparate. Contemplamos una gran nube de avispones avanzando calle arriba.

Casi todos los que estaban fuera ya habían muerto. Pocos minutos después, apenas entraba la luz. Todo la superficie acristalada estaba poblada por enormes abdómenes negros con líneas amarillas.

La noche al fín llegó. Sergio puso la radio de su Nokia. Estaban dando un aviso de evacuación total en el centro y sur de España. Estábamos siendo invadidos por una plaga de avispones japoneses que se había desplazado desde el este de Madrid. Había teorías de que era un atentado terrorista, el primero desde ese estilo. Se habían llevado hasta unas colmenas de abejas abandonadas cientos de insectos de forma clandestina y deliberada, y tras un breve periodo de reproducción, se habían liberado en el medio ambiente, con las consecuencias acaecidas.

Los datos de las víctimas eran aún inestimables, pero había miles y miles de muertos y afectados. Incluso hablaban de personas que habían ido al hospital con hasta 30 picaduras.
La batería del teléfono se acabó.

Fueron dos días hasta que vimos llegar un camión del ejercito y varios soldados con lanzallamas.
Nos sacaron a los tres. Lo último que vi antes de entrar al autobús climatizado con insecticida fue como le pegaban fuego a todos los cadáveres con los que se iban encontrando.

El cabello rubio de la mujer ardió con viveza. Su hijo hacía lo mismo pocos segundos después. La corona de plástico aun descansaba sobre la hinchada y negruzca cabeza.

La puerta del autobús se cerró, al igual que mis ojos.

Dormí durante horas y cuando desperté me levanté aquí.

Estoy en una camareta militar, en un segundo piso. Debe de ser un edificio muy viejo, hay muchas telarañas. Incluso se ven en el exterior.

No se donde está Sergio. Pero al salir en su búsqueda, he visto algo que me ha hecho cambiar de opinión. Hay un soldado muerto a un metro de la puerta.

Parecía sonreir. Cuando he visto salir de sus fosas nasales una viuda negra, he pensado que lo mas inteligente es quedarme aquí. Y como estoy demasiado acojonado para seguir escribiendo, me voy a sentar en la cama a mirar a través del cristal de la ventana.

Pero para ser sincero,no tengo esperanza.
No creo que esta vez venga algún autobús a buscarme.